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Avatares

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Cosas Pequeñas
Juan Antonio Nemi Dib

Me invade el deseo de saber. Me corroen las mismas dudas existenciales que a Newton cuando logró describir con precisión -luego de sesudas reflexiones- su famosa ley de la gravitación universal, con la diferencia de que yo no poseo ni un cachito de sus neuronas y soy tan lerdo que ni siquiera sabría explicar algo tan simple y tan evidente para algunos como el hecho de que la situación del País vaya a “todas margaritas” a pesar de casi 29 mil ejecuciones sangrientas y miles de secuestros, a pesar de que el Estado de plano dejó de funcionar en varias regiones (en Ciudad Juárez, en Tijuana, en todo Tamaulipas, en buena parte de Michoacán y pronto lo hará en Monterrey, etc.) y como el famoso whisky, todos sus “administradores” sigan tan campantes, a pesar de que la mitad de la población apenas subsista y a pesar de una economía monopólica próxima a la implosión, que enriquece muchísimo a poquísimos y empobrece muchísimo a muchísimos.

Pero nadie me quita mi derecho a buscar la instrucción, a soñar con convertirme en docto, así sea dentro de tres o cuatro reencarnaciones, a intentar acercarme a algunas cosas de la vida que son a mi intelecto lo que el polen y los ácaros a mi persistente sistema inmunológico, se resisten y se vuelven a resistir. Y como dicen que quien pregunta no se equivoca, exactamente eso hice, transfiriendo a mis contactos de Twitter y Facebook la siguiente interrogante que me atosiga de tiempo atrás sin que le halle la punta del hilo a la madeja: ¿Qué desearle a un enemigo: una esposa terriblemente celosa o hijos adolescentes en la calle, en noche de sábado?

Aclaración pertinente: la pregunta no me atañe en lo personal, o bueno sí, un poquito, un tercio digamos. Se trata de un mero prurito (hablando de alergias) intelectual. Sólo lo de los hijos “pata de perro” sí que me pica; ayer por ejemplo, salieron los tres, cada uno por su lado, con su propia agenda. De lo otro pues no creo que tenga enemigos (al menos no muchos): como dijera Ruiz Cortines, no suelo hablar maravillas de la gente para quedar bien y menos aún hacer favores (aunque esto no sea por falta de ganas, sino de medios), no ando tras la chamba de nadie, no le voy al América, estoy vacunado (¡otra vez las alergias!) contra la gabinetitis, como no soy abogado no me formé en el reparto de notarías, no me alquilo de buldog, no fui acólito del Cardenal Sandoval y nunca he manejado un taxi. Lo de la esposa celosa, nada qué ver conmigo, es la historia que me contó el primo de un amigo, nomás.

Pero he aquí las respuestas del respetable a la pregunta, que son las que realmente importan, en riguroso orden de aparición:

Lo peor para el enemigo es “la esposa celosa”, afirmó Daniel, con apenas una risa irónica como contexto.
Verónica asegura que una esposa celosa es suficiente para matar a los adversarios, aunque no precisó si literal o figurativamente.
Moro se sinceró: “yo tengo una esposa moderadamente celosa”.
Y Verónica le respondió pertinente: “¿A poco hay moderación en los celos? Yo pienso que se es celosa o no se es” y precisó admonitoria: “Soy mujer y soy celosa, ehhh?”
Paulette, muy joven pero no menos brillante sentenció: “A los hijos, raíces y alas”.
Alberto cambió los términos de la pregunta y deseó para los adversarios “una esposa terriblemente cariñosa, melosa, que siempre crea lo que le dicen y unos hijos nini”. No anda errado.
Mi cuate Eliseo recomendó: “si de veras quieres que [el enemigo] sufra la muerte chiquita, con dos hijos adolescentes en la calle por la noche y que no contesten ni sus mensajes ni llamadas al celular es más que suficiente”.
Érika mostró su lado femenino y por ende su benevolencia: “Eso de tener hijos en la calle a como están las cosas de terribles, mejor la esposa celosa”.
Lolis propuso un escenario aún más crítico: “Faltaron una suegra que los odie y unos compañeros de trabajo que les hagan la vida de cuadritos”.
Seguro que Marco es padre de familia, porque dijo: “Al peor enemigo, los hijos en la calle.”
Pero las palmas, en este primer round, sin duda son de Pedro, quien afirma que lo peor que puede pasarle a un adversario es “la esposa en la calle, en noche de sábado”.

Claro, precisamente claro, no me ha quedado el asunto, a pesar de la generosa disposición explicativa de estos twiteros y socios del “Caralibro” para darme luces. Lo que sí es evidente es que todos compartimos los mismos avatares, el mismo y legítimo deseo de saber y la misma ansiedad, especialmente cuando los hijos se empeñan en vivir vidas que, tristemente, la realidad les está prohibiendo.

antonionemi@gmail.com

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