Internacional

Los manifestantes y la presión de EE UU cercan a Mubarak

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El Cairo, Egipto. (EL PAÍS).-  Los disturbios han continuado toda la madrugada en El Cairo. La noche transcurre tensa y los disparos suenan esporádicamente en medio de la noche que precede al día que la oposición ha fijado como un ultimátum para que el presidente dimita. Los fieles a Mubarak cantan «vamos a liberar el país», mientras que los manifestantes contra el presidente confían en que el viernes, tras los rezos de mediodía, lleve a las calles una nueva riada humana que quiebre de una vez el espinazo del régimen. Cabe esperar una jornada muy dura. Todo apunta a que Egipto se apresta a vivir el día más áspero e incierto desde el inicio de la revuelta.

La plaza de la Liberación se convirtió de nuevo ayer en el escenario de una batalla campal a pesar de que por la tarde los militares optaron por disparar al aire con el objetivo de disolver a la multitud enzarzada. A la espera de que hoy vuelvan a tomar las calles cientos de miles de manifestantes, el motor de la crisis política y social egipcia va subiendo de revoluciones. A medida que crece la tensión, los círculos de poder más próximos a Mubarak temen que la dimisión del presidente no sea suficiente para calmar a la exacerbada oposición. Por eso no ha sorprendido que anoche el diario The New York Times filtrara que la Casa Blanca negocia con oficiales egipcios un plan para que Hosni Mubarak abandone el poder inmediatamente. El vicepresidente Omar Suleimán, exjefe de los servicios secretos y mano derecha dl presidente, lideraría el Gobierno de transición con apoyo del Ejército.

El ambiente es de alarma en los salones del palacio presidencial. Cuando una dictadura pide disculpas revela su propia debilidad. Y ayer el régimen de Hosni Mubarak se esforzó precisamente en eso, en disculparse, en rogar comprensión, en pedir tiempo, en ofrecer diálogo a los ilegales Hermanos Musulmanes. Es una señal de que la situación está fuera del control del presidente y su Gobierno.

Mensajes contradictorios

En una entrevista concedida a la corresponsal Christiane Amanpour, de ABC News, Hosni Mubarak , aseguró que la única manera de que no se instale el caos en la ciudad es su permanencia en el poder. «Me dio mucha pena ver a egipcios peleando entre ellos. Me hubiera ido, pero todo sería un caos», recalcó el presidente. «No me importa lo que la gente diga sobre mí. Me importa mi país, me importa Egipto», insistió.

Poco después el vicepresidente Omar Suleimán, el que cada vez se revela más como el hombre clave en la crisis, apareció en televisión para calmar los ánimos. No lo consiguió. Primero, porque es difícil calmar desde la pantalla a dos multitudes que se pegan con todo lo que tienen a mano, y porque la mayor violencia provenía justamente del bando gubernamental, que fomentaba el furor de sus fieles, armados en algunos casos con armas de fuego. Los muertos, según el Ministerio de Sanidad, llegan a 13 (una cifra destinada a crecer mucho cuando se conozcan datos reales), con miles de heridos. Segundo, porque no se pueden emitir mensajes contradictorios con la esperanza de que alguno funcione.

Suleimán tendió la mano a todos los grupos de oposición, ofreció diálogo a los Hermanos Musulmanes y elogió a las fuerzas del 25 de Enero (como se conoce a los jóvenes y profesionales que convocaron para esa fecha la primera gran manifestación), y a la vez defendió los logros del régimen y expresó una rotunda voluntad de continuismo a pesar de que descartó que Gamal, el hijo de Mubarak, compita por la presidencia en las próximas elecciones. Por otra parte, atribuyó la situación del país a vagas conspiraciones extranjeras.

«Le digo a la juventud: gracias por lo que habéis hecho, sois la chispa que ha puesto en marcha las reformas», dijo. Y añadió, acto seguido: «No sucumbáis a los rumores y a las televisiones por satélite [Al Yazira y en menor medida las occidentales] que os azuzan contra vuestro propio país». Es decir, les agradeció ser un impulso y al tiempo les acusó de ser manipulados desde el exterior.

Adelanto electoral

Suleimán rogó paciencia para aplicar reformas, sugirió que las elecciones presidenciales de septiembre podrían adelantarse a agosto y habló continuamente del «marco constitucional». Ese marco, hecho a medida de Mubarak con sus 30 años de estado de excepción y sus elecciones amañadas sin supervisión judicial, es precisamente lo que rechazaba el movimiento del 25 de Enero.

Pese a estas muestras de hostilidad, Suleimán y el nuevo primer ministro, Ahmed Shafik, se reunieron con varios representantes de la oposición. No estuvieron los islamistas de los Hermanos Musulmanes, que gozan de una influencia creciente que preocupa a los aliados occidentales de Egipto. Tanto ellos como El Baradei, símbolo de la oposición y ex director del Organismo Internacional para la Energía Atómica, aseguran que se niegan a acudir a la llamada del Gobierno para buscar una solución conjunta mientras Mubarak siga en el poder.

En cualquier caso, en la reunión de ayer no se alcanzó acuerdo alguno. Según diplomáticos que asistieron al encuentro, Suleimán y Shafik se mostraron conciliadores. Poco antes, el primer ministro había pedido literalmente perdón por la violencia desatada en El Cairo y había asegurado que los instigadores serían localizados y perseguidos.

No hacía falta investigar demasiado para descubrir que desde el viernes, cuando manifestantes y antidisturbios se enfrentaron con tremenda dureza, se había abierto un periodo de relativa calma y ánimo festivo, combinado con graves saqueos nocturnos, hasta que el miércoles el Gobierno lanzó a sus fieles y a sus matones (armados, organizados, muy peligrosos) contra la gente del 25 de Enero y contra los periodistas extranjeros. A partir de ese momento, el centro de El Cairo se convirtió en el infierno.

Esa localización reducida del conflicto constituye un elemento muy importante de la crisis. Unos y otros han elegido la plaza de la Liberación y sus alrededores como campo de batalla. El resto de la ciudad y el país es otra cosa: grupos de matones, controles improvisados por ciudadanos-vigilantes organizados contra los saqueos, paralización, ansiedad, calles desiertas y comercios cerrados.

La gran mayoría de los egipcios, afligidos por el desabastecimiento (el toque de queda y los controles hacen casi imposible el suministro de mercancías), el alza de precios, el cierre de los centros de trabajo y la desaparición del turismo, una de las grandes fuentes de ingresos del país, desean sobre todo un desenlace rápido.

Suleimán no olvidó subrayar el daño que la revuelta causaba sobre el turismo. Afirmó que se habían perdido un millón de turistas y más de 1.000 millones de dólares en solo una semana. Tal vez exagerara, pero no mucho. En plena temporada alta, Egipto se ha quedado sin otros visitantes que periodistas y activistas. El sector va a tardar en recuperarse.

Suleimán, el nuevo hombre de EE UU

En los últimos días se había especulado con la posibilidad de que EE UU intentara forzar la salida del que hasta hace poco era uno de sus hombres de confianza en Oriente Medio. Las últimas revelaciones confirman que la Administración de Obama tenía activados planes en esta dirección, también arroja luz sobre los movimientos de los últimos días. Tras reuniones con líderes políticos y especialistas en política egipcia, los enviados estadounidenses han confirmado su primera opinión: que el vicepresidente, Suleimán, es la figura que más garantías ofrecen para una transición ordenada. Con su ascensión el poder no se alejaría del Ejército, la institución omnipotente en Egipto en el último siglo -todos los jefes de Estado desde Nasser salieron de sus filas-, y quedaría fuera del alcance de los Hermanos Musulmanes, quienes, en tanto que islamistas, representan el hombre del saco para los EE UU.

Sin embargo, algunas de las fuentes consultadas por el diario insistieron en que no existen pruebas de que ni Suleimán ni las Fuerzas Armadas estén dispuestos a abandonar a Mubarak.

Los periodistas, en el punto de mira

Con el Gobierno egipcio tratando de convencer a la opinión general de que su objetivo es reinstaurar el orden, EE UU ha denunciado que existe una campaña orquestada por parte del Ejecutivo para callar a los periodistas y a las voces extranjeras. Los defensores del rodearon hoteles como el Ramsés Hilton, donde se encuentran alojados muchos periodistas, y finalmente comenzaron a entrar en busca de los corresponsales. Un reportero griego que cubría las protestas desde la plaza de la Liberación fue apuñalado, aunque las heridas fueron leves. Entre los fallecidos también podría figurar un extranjero que, según Al Arabiya, fue golpeado por los defensores de Mubarak hasta la muerte.

Amnistía Internacional ha denunciado la detención de uno de sus representantes y otros defensores de los derechos humanos después de que la policía militar asumiese el control del centro Hisham Mubarak. El colaborador de la ONG fue detenido en El Cairo junto a un representante de Human Rights Watch y otros activistas, y trasladado a un lugar desconocido de la capital egipcia. «Exigimos la inmediata liberación de nuestros colegas y quienes los acompañan para que puedan seguir observando la situación de los derechos humanos en Egipto en este momento crucial sin exponerse a hostigamiento o detención», ha pedido Salil Shetty, secretario general de AI.

El regreso de la policía
Entre el polvo, el ruido, los golpes, los gritos y la sangre, algo se hizo evidente: la policía no se había esfumado, se había limitado a preparar ese momento. Unos hombres fornidos que se presentaron como farmacéuticos, con unas frases en inglés recién aprendidas, increparon a este corresponsal porque, decían, la prensa extranjera había mentido en los últimos días. Cuando se les pidió que mostraran algún documento que les acreditara como «farmacéuticos», respondieron con golpes. La persecución a periodistas extranjeros es una constante. Decenas de ellos sufrieron ayer heridas y robos de cámaras y ordenadores.

La violencia no amainó en las horas siguientes y proseguía por la noche. Los opositores al régimen crearon un cordón humano para proteger a mujeres y niños e intentaron taponar las entradas a la plaza. «Luchamos por nuestra vida, luchamos por nuestra vida», gritaban. La gente del régimen lanzaba abundantes cócteles molotov y se escuchaban disparos de arma automática. Había gente ensangrentada por todas partes. Varios opositores lloraban sentados en el suelo. «No puede ser, hemos perdido otra vez, hemos perdido otra vez», decía uno de ellos.

Bien entrada la noche, seguían lanzándose cócteles molotov en la plaza y cercanías. Varios de ellos cayeron junto al Museo Egipcio, un área dominada por los partidarios del régimen. Un camión de la policía lanzó agua a presión para evitar un incendio en el edificio, cargado de tesoros arqueológicos. Fuera de la plaza de Tahrir las calles estaban relativamente tranquilas. No se conocen incidentes tan violentos como los de El Cairo en Alejandría y en el resto de las ciudades egipcias.

redaccion

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