Cultura

Un fervor de cinco siglos

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Madrid. (ABC).-  La Semana Santa de Madrid ha sabido reinventar sus tradiciones hasta convertirse en la devoción popular que más público congrega en las calles, tiras de la Pasión y una hilera sin fin de niños con sus palmas blancas dibujando el contorno de la Gran Vía al paso de la procesión de la borriquita el Domingo de Ramos. Una de las muchas estampas en blanco y negro, que nos recuerdan que la devoción popular por la Semana Santa de Madrid viene de antaño y fue capaz de sobrevivir a todo, incluso a la Guerra Civil.

La tradición de las procesiones en la capital española se remonta nada menos que al siglo XVI, aunque no se sabe mucho de entonces. Apenas quedan documentos de aquella época, en que la ciudad con solo 20.000 habitantes contaba ya con 40 cofradías formadas por los gremios de los carpinteros, zapateros y todo tipo de oficios. No eran procesiones como hoy las conocemos, sino pequeños grupos de flagelantes que, mezclados entre el gentío, recorrían las calles en señal de penitencia.

El desorden de aquellos inicios se acabó en 1805 por decisión de Carlos IV. Un poco por pragmatismo y otro poco por capricho, el entonces monarca resolvió que todas las procesiones se circunscribieran a una sola: la del Santo Entierro. Así se evitaban los incómodos cortes de tráfico a las carretas y se obligaba al cortejo a pasar por los balcones del Palacio Real para el disfrute de la corte. Esta magna procesión, que comenzaba a primera hora de la tarde del Viernes Santo, representaba de manera cronológica todas las escenas de la pasión y muerte de Cristo.

Así fue hasta el estallido de la Guerra Civil, en que la devoción pública buscó el cobijo de los templos y algunas de sus imágenes más emblemáticas fueron ocultadas en los sótanos del Museo del Prado o enviadas al extranjero, como la de Jesús de Medinaceli. De todas aquellas tallas, la única que sigue saliendo en procesión cada Viernes Santo es justamente el Cristo de Medinaceli, una obra escultórica del siglo XVII de autor anónimo y cuya hermandad se fundó en 1710, una de las más antiguas de Madrid. Pasada la Guerra Civil y devuelta a sus fieles en el año 1939, Jesús de Medinaceli fue la primera en volver a las calles en la Semana Santa de 1940. De aquellas primeras hermandades, que fueron fundadas antes de la contienda, también sobrevivieron la Congregación de Nuestra Señora de la Soledad (1566), que sale el Sábado Santo, acompañada del redoble de los tambores de una cofradía aragonesa; la del Santo Entierro, una antigua cofradía formada por el gremio de los carpinteros en 1580, y la de la Virgen de los Siete Dolores (1592). Sus tallas, sin embargo, fueron pasta de las llamas o víctimas del vandalismo entre el 36 y el 39 y han tenido que ser reproducidas.

El esplendor de estas asociaciones de fieles llegó a su máximo apogeo en las décadas de los 40 y los 50. Hasta los toreros y las estrellas del cine y el teatro tenían su propia cofradía, entre las que se encontraban artistas como Carmen Sevilla. Herederas de grandes devociones pasadas, en estos años no solo se perfiló la Semana Santa madrileña tal como hoy la conocemos, sino que también se crearon muchas hermandades que hasta hoy siguen inundando las calles de la almendra central con ese aroma inconfundible a incienso, flores y cera al paso de sus imágenes más queridas. Entre ellas figuran, la del Gran Poder y la Macarena (1940); el Divino Cautivo (1945) y la Congregación de los Cruzados de la Fe (1941), que en sus inicios fue la encargada de organizar todas las procesiones.

El «seiscientos»

La aparición en 1957 del Fiat 600 marcó un curioso punto de inflexión en todo ese esplendor desplegado en décadas pasadas. «El desarrollo económico provocó un desapego recíproco de las cofradías con la sociedad madrileña, que aprovechó este medio de movilización para abandonar la ciudad esos días de descanso y ver a la familia en el pueblo o simplemente salir de vacaciones», comenta Enrique Guevara, miembro del Consejo Diocesano de Cofradías y autor de la «Semana Santa de Madrid» (Ediciones Amberley), un libro singular en el que el autor recoge las imágenes más impresionantes del último siglo de las procesiones en nuestra ciudad. Para este estudioso de un fervor popular que ha demostrado ser incombustible, Madrid «ha sabido reinventar su tradición, conservar su enorme patrimonio y lograr que se convierta en el movimiento diocesano que más público congrega en las calles».

Su cofradía, la del Gran Poder y la Macarena, que reúne las dos advocaciones fundamentales de Sevilla salió en procesión por primera vez en 1946 por iniciativa de un grupo de andaluces que afincados en la capital quisieron dar una pincelada hispalense a la Semana Santa más castiza. Desde entonces, esta hermandad saca a su Cristo del Gran Poder y el paso de palio de la María Santísima Virgen de la Esperanza Macarena el Viernes Santo de la Colegiata de San Isidro hasta la Plaza de Sol. Fueron los primeros en utilizar costaleros, una costumbre que luego fueron siguiendo otras hermandades. «En aquellos primeros años, las cuadrillas de costaleros eran contratados entre los cargadores del mercado de San Miguel y se les daba un estipendio», explica Guevara.

Las más jóvenes
Menos antiguas son las hermandades de Los Estudiantes y la de Los Gitanos que pertenecen ya a la década de los 90. Ambas vienen de cofradías sevillanas. La Hermandad Nuestro Padre Jesús de la Salud, conocida como «Los Gitanos», fue aprobada en 1996 y desde entonces cada Miércoles Santo saca el paso de Nuestro Padre Jesús de la Salud de la Iglesia del Carmen para no coincidir con la mayoría de las cofradías que salen entre el jueves y el viernes.

La más joven de todas es la Congregación del Santísimo Cristo de los Alabarderos, que recuperando una vieja tradición perdida en los años 40, logró sacar en procesión al Santísimo Cristo de la Fe en abril de 2003. La talla también es de las más nuevas, ya que fue realizada por Felipe Torres Villarejo en 2008.

 

 

redaccion

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4 Comments

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