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El “Peje” podría parafrasear a Simón Bolívar en la obra de Gabriel García Márquez: “Vámonos, aquí nadie nos quiere”.

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CLAROSCUROS

José Luis Ortega Vidal

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A la lectura sobre el impacto que tendrá el rompimiento AMLO-PRD en la coyuntura histórica de la izquierda mexicana (*), se suma un segundo vistazo –obligado- acerca del efecto-cascada que generará este suceso en la correlación de fuerzas partidistas del país.

Necio, cerrado, mesiánico, impositivo, etcétera: Andrés Manuel López Obrador es el líder político más relevante que haya surgido en el México moderno.

Jesús Reyes Heroles (PRI) y Carlos Castillo Peraza (PAN) son los dos grandes ideólogos de la segunda parte del siglo XX mexicano.

Porfirio Muñoz Ledo es el último gran orador pensante de la misma época.

Cuauhtémoc Cárdenas es el último personaje moral ante el poder nacional de las últimas décadas.

Heberto Castillo Martínez constituye la última gran gloria de la auténtica izquierda en México.

Luis H. Alvarez ha sido el sobreviviente del panismo históricamente honesto.

Las apologías son riesgosas; a menudo pueden llevar a la falsedad.

Corro el riesgo: crucé la mano de la mayor parte de estos personajes y así los ubico.

Muertos varios de ellos -y los aún vivos, prácticamente en el retiro- sólo da guerra el latoso de Andrés Manuel López Obrador: un personaje que electrizó a las masas en su mejor momento y que luce hoy en la parte final de su trayectoria.

Sin embargo, los coletazos del “peje” aún pesan y sus efectos –con toda certeza- se apreciarán por lo menos durante los próximos seis años.

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López Obrador es un líder natural.

En eso estriba su peso.

No es ideólogo.

Su estatura moral es pequeña bajo la lupa de la historia.

Quizá, ha nacido ya el mexicano que se pueda calzar las botas de don Heberto Castillo; pero –de ser así- aún no lo conocemos.

Contra todo esto y contra la larga lista de argumentos contrarios que es posible esgrimir frente al tabasqueño: su liderazgo es indiscutible.

Negarlo es una necedad.

Y en un país que desde la salida de Lázaro Cárdenas ha estado gobernado por corruptos, asesinos, locos y tecnócratas, la existencia de un líder natural pintó las últimas dos décadas de algo digno de una crónica.

(3)

Esa crónica nos remite a una conclusión.

La necedad de Andrés Manuel López Obrador impulsó el regreso del PRI al poder.

Si a alguien debe agradecer el PRI el arribo de Enrique Peña Nieto a los pinos es a AMLO.

Esto no es extraño: de hecho, el origen político del “peje” es priista.

Acabo de escribir un lugar común, una perogrullada; sólo que se trata de un recurso necesario para cerrar el argumento que mueve este texto.

En una contradicción natural: el apoyo de AMLO al triunfo del PRI, puede revertirse con su ruptura con el PRD.

Al último partido al que le conviene esta separación, es justamente al PRI.

(4)

Ya sin el terco que dice no a las alianzas entre derecha e izquierda.

Ya sin el necio que insiste en que a este país lo gobierna una élite de poder político y económico.

Sin AMLO, el PRD y el PAN tienen el camino libre para volver por sus fueros y darle la pelea –juntos- al PRI.

Tal proyecto tendrá dos vertientes y habrá que observar su destino:

De concretarse

a) La alianza PRD/PAN permitirá o no las reformas estructurales que Felipe Calderón no pudo concretar y que Enrique Peña Nieto tiene en el primer lugar de la agenda para la que fue hecho Presidente.

b) La alianza PAN/PRD irá a la caza de gubernaturas, de congresos, de alcaldías y -en su momento- del retorno a la Presidencia de la República.

c) Muchos priistas simpatizan con esta idea.

d) También la ven con buenos ojos algunos miembros de la élite político-económica de México, con la que López Obrador tuvo un acercamiento tardío y menor.

(5)

El que estorbaba se ha marchado.

Veracruz, por cierto, puede ser el primer laboratorio de este nuevo proyecto político.

Las presidencias y diputaciones locales veracruzanas del 2013, son la primera parte del proceso por la gubernatura en el 2016.

Y de ahí, lo que Dios diga.

(6)

El “Peje” podría parafrasear a Simón Bolívar en la obra de Gabriel García Márquez: “Vámonos, aquí nadie nos quiere”.

redaccion

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