ColumnistasLic. Juan Antonio Nemi Dib

ENFOQUES

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Cosas Pequeñas

Juan Antonio Nemi Dib

735 días trabajando en el DIF estatal han cambiado mi percepción sobre muchas cosas y me han enseñado a moderar mis juicios, a entender mejor algunas conductas y, sobre todo, a valorar lo que un pequeño gesto, aparentemente intrascendente, puede servir a otros. Cuando el Gobernador y su esposa me invitaron a esta chamba, me tomó de sorpresa. El día en que ambos hablaron conmigo me explicaron la dimensión que querían darle al trabajo de asistencia social. Jamás hubiera imaginado esa invitación, me abrumó y tuve, si acaso, veinte o veinticinco días para ponerme a estudiar sobre pobreza, asistencia social, vulnerabilidades, discapacidad, integración familiar, violencia doméstica, indigenismo y todos los temas que forman la agenda de la dependencia, que incluyen un catálogo enorme de responsabilidades y, como siempre, recursos que nunca son suficientes para resolverlo todo.

Como siempre, teoría y práctica no necesariamente coinciden. Los diferentes casos fueron presentándose, en cascada, uno tras otro, por decenas, cada día. Hablar con la gente, visitar sus casas, presenciar sus terapias, tener largas conversaciones con los expertos en cada uno de los temas, asistir a las reuniones nacionales de DIF sobre los diferentes temas, me fue abriendo ventanas a una realidad presente y lacerante que generalmente se observa desde una perspectiva mucho más moderada –“ligth”–, que profundiza poco en la dimensión de los problemas y que a veces, de plano, los ignora. Aquí unos cuantos ejemplos.

*) ¿Son malas o egoístas o irresponsables o las tres cosas juntas las mujeres que voluntariamente dan en adopción a sus hijos? Yo hubiera jurado que sí. Ahora no me atrevo a juzgarles. La maternidad es una carga monumental, no sólo en el aspecto económico (que por supuesto importa mucho). Hay personas que, por más que se empeñen, nunca estarán preparadas o tendrán el nivel de madurez necesario que implica el ser madre; finalmente, ser mamá es sinónimo de renuncia casi total y de disposición permanente, sin descanso; la maternidad es, con todas sus letras, un apostolado y no todos tenemos en esta vida la madera de apóstoles.

Hay casos especialmente dramáticos en los que conservar a un hijo puede ser una sentencia de miseria y frustración para el propio bebé y para las personas de su entorno. Se requiere de mucha valentía para reconocer esto y aceptar que un hijo podrá tener mejores condiciones de vida e incluso un ambiente mucho más amoroso y propicio en el seno de una familia diferente a la biológica. Pero también se requiere mucho coraje para tomar la decisión correcta y enfrentar las presiones y el juicio social: la sociedad suele repudiar este tipo de decisiones maternas pero hace muy poco, casi nada, en apoyo de estas madres a las que impone la responsabilidad de proveedoras, formadoras, administradoras, responsables, etc. Por supuesto que la cesión de los hijos por parte de sus madres –y a veces de sus padres– no es lo deseable, pero es preferible, muy preferible, a que los menores crezcan en condiciones de desintegración familiar, conflicto permanente, penuria, abandono y desinterés. Lo único que considero aborrecible es que los dejen botados en la calle, poniéndoles en serio peligro, en lugar de acudir a las autoridades. Entregar a un hijo que no se quiere o no se puede criar no es delito; es, por el contrario, una práctica plausible.

*) ¿Caridad con sombrero ajeno? Hay numerosas organizaciones –algunas meras llamaradas de petate, otras permanentes y serias, otras más con claras motivaciones políticas– que suelen hacer trabajo voluntario y acuden, con más o menos profesionalismo y constancia, a realizar actividades en beneficio de la comunidad. El problema es que muchas de ellas “piden para dar”. Personalmente me parece que no tiene mucho sentido práctico que el DIF tenga que destinar parte de sus escasos recursos para que sean distribuidos por “ONG’s”. Sería una aportación de mucha mayor trascendencia y valor si estas organizaciones generaran sus propios recursos y convirtieran en verdaderas contribuciones generosas sus actividades. También es cierto, lo reconozco, que algunas de ellas son eficaces en su trabajo y que, además de los insumos que reciben del DIF, realizan sus propias aportaciones.

*) ¿Sociedad inclusiva? Incluso las estadísticas sobre la discapacidad tienen alto relativismo. Errores de diseño en los censos y –me lo parece– sesgos deliberados, reducen dramáticamente el universo de las personas que necesitan atención especializada y mecanismos compensatorios que les permitan acercarse a una vida plena. La cifra oficial de personas con discapacidad en Veracruz es de 320 mil. La realidad duplica ese cálculo. Personas sin diagnósticos adecuados, consideraciones de orden cultural –como las familias que prefieren mantener ocultos los casos–, clasificaciones laxas, propician que los programas de atención no abarquen la totalidad del universo y, por ende, excluyan de la rehabilitación y la inclusión a individuos que lo necesitan.

Pero no es todo: es muy difícil arraigar en la sociedad mexicana el concepto de inclusión. Suele confundírsele con conmiseración y hasta lástima. Lo que las personas con discapacidad requieren no son acciones afectivas o tolerantes sino restitución de derechos y condiciones propicias para ser productivas, independientes, cercanas a eso que llaman felicidad. Cuando alguien que no lo necesita ocupa, en el estacionamiento, el sitio reservado a las personas con discapacidad, más que una falta reglamentaria está exhibiendo el desconocimiento y el desprecio para estas personas –entre el 10 y el 12% de la población total–.

*) ¿Política y Autonomía de gestión? En muchos sentidos, la política es enemiga de la asistencia social. Se requiere de un conocimiento muy especializado para atender con éxito los diferentes asuntos que son competencia del DIF. Como señalé, los libros no son suficientes y sólo la experiencia y el manejo de casos dan las herramientas prácticas que facilitan el trabajo y ofrecen mejores resultados en menos tiempo frente a conflictos difíciles y dolorosos. Si en algún sitio de la administración pública se requiere de personal de carrera, es en éste. Cada tres años, ahora cada cuatro, en Veracruz, los DIF municipales se “renuevan”. Un poco lo mismo pasa en los estados y quizá en el nivel federal. Y a veces, estas funciones administrativas sirven para el pago de compromisos, para “dar chamba”.

La sacrosanta autonomía municipal, que Dios la proteja siempre, es otro callo difícil de retirar del dedo gordo. No hay posibilidad –salvo a través del Congreso Local, siempre entrampado en negociaciones políticas, o del ORFIS, a toro pasado– de supervisar las acciones del DIF en los municipios. Dicho con claridad: no hay muchos elementos de control, no sólo pensando en la transparencia sino en la homogeneidad y correcta aplicación de las políticas públicas.

Muchos cónyuges de presidentes municipales –la gran mayoría mujeres– asumen esta responsabilidad “honoraria” de trabajar en la asistencia social con satisfacción y convicción. Pero hay algunos que, comprensiblemente, ven esto como un compromiso, como una pesada carga para la que no tienen vocación ni tiempo ni ganas. Y también suele aparecer el conflicto de que una persona con carácter “voluntario” que –técnicamente y según lo manda la ley no es servidor público– se observa como responsable de la toma de decisiones.

Por lo pronto, he matizado mis juicios y he precisado mis enfoques, espero que para bien.

antonionemi@gmail.com

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