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Un santo y una religión

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Prospectiva
Por JAIME RÍOS OTERO

Es deseable que con la muerte de Nazario Moreno, fundador del cártel de los llamados Caballeros Templarios, creador de su código de ética y considerado por sus seguidores, él un santo y su grupo criminal una religión, se debilite esa organización hasta desaparecer para el bienestar de la sociedad michoacana y de los mexicanos en general.

La mancha que significa usar el título de Caballero Templario ha venido a enlodar el nombre de varias organizaciones filantrópicas que así se denominan, la más destacada de las cuales es el Gran Campamento de Caballeros Templarios de los Estados Unidos de América, bajo cuya jurisdicción trabajan varios grupos llamados Comandancias, inclusive en México, en América Latina y en numerosos países del mundo.

Esta organización destina muchos millones de dólares cada año para dar atención completamente gratuita a personas que tienen padecimientos de la vista, a través de la Knights Templar Eye Foundation, organización hermana y similar a los Hospitales de Quemados de la Fundación Shriners, y a las investigaciones que sobre arterioesclerosis realizan los grupos Crípticos y sobre trastornos del procesamiento auditivo central, los grupos del Real Arco.

Pues todos estos han tenido que redoblar sus cuidados para evitar ser confundidos con los hampones michoacanos, creados por este psicópata, apodado también “El más loco”, y cuya emergencia y crecimiento hasta los grados inconcebibles de poder y dinero que pudo acumular, sólo son explicables en un contexto de corrupción y lenidad en que se debaten las autoridades de nuestro país.

Es insólito e indigna que se haya permitido que sujetos de esta calaña se apoderaran de la explotación y el comercio del hierro, hasta controlar de manera absoluta el puerto de Lázaro Cárdenas, que tiene una actividad comercial estimada en 10 mil millones de dólares al año, según la nota del diario El País, de España.

Las mafias desataron la violencia en la ciudad, todos los días había asesinatos, los criminales cobraban siete dólares como impuesto por el hierro extraído en minas ilegales y la oposición a sus operaciones se castigaba con la muerte. Todo esto en un mundo donde siempre hubo, nominalmente, policías, soldados, marinos, alcalde, gobernador y autoridades federales, ninguno de los cuales se daba por enterado de lo que ocurría.

Ahora que están de moda las reformas legales en nuestro país, bien nos haría que se endurecieran al máximo las penas contra las autoridades corruptas, omisas y venales; es urgente e imperativo que se tipifique como traición a la patria los actos de servidores públicos que soslayen atender problemáticas sociales, tuerzan el rumbo de los procedimientos administrativos o jurisdiccionales, u obtengan cualquier provecho de sus posiciones de poder y autoridad.

El código de los dizque Caballeros Templarios, que fue publicado por la revista Proceso, efectivamente tenía esos matices mesiánicos e iluminados, pero definitivamente era inspirador. Justamente en un ambiente donde lo que priva es la desconfianza, un discurso coherente que habla de proteger la unidad familiar, hacer valer la justicia divina, mantenerse lejos de los vicios y proteger a la comunidad, era creíble, porque quienes representan los valores de la sociedad, o sea sus autoridades, simplemente no llenan ese hueco, hay un vacío que es fácilmente aprovechable por almas negras como las de este sujeto.

Muere El Chayo, pero desgraciadamente no se acabará su imperio de ilegalidad porque acostumbró a mucha gente a vivir de causar daño a los demás.

columnaprospectiva@gmail.com

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