ColumnistasLic. Juan Antonio Nemi Dib

Economía obvia

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Cosas Pequeñas
Juan Antonio Nemi Dib

Lejos de asuntos ideológicos, la teoría marxista tiene una parte “dura”, difícil de contrastar, en el ámbito de la economía política: grosso modo, la que sostiene que el mecanismo esencial del capital para reproducirse y acumularse radica en la diferencia entre el costo de la mano de obra y la ganancia que consigue el patrón gracias al esfuerzo del trabajador, es decir, que el asalariado genera más riqueza de la que recibe a cambio de su actividad.
Mediante la fórmula de considerar la fuerza de trabajo como una mercancía que se rige por las reglas del mercado (mientras más abundante, más barata) y asignar a la propia fuerza de trabajo un valor, la conclusión es que con trabajar sólo una parte de su jornada laboral (digamos 4 horas), el empleado paga su salario y los costos asociados a su actividad, y que lo que produzca durante el resto del día (las 4 horas restantes) es el excedente que se convierte en plusvalía, en ganancia, en mayor capital y riqueza para el jefe propietario de los medios de produccion.
Aquí se acaba el argumento consistente y se entra a terreno subjetivo: ¿realmente la plusvalía es explotación cuando el trabajador obtiene un ingreso digno, remunerador y estable?, ¿cuál es el promedio adecuado, lícito y aceptable de ganancia al que tiene derecho el capitalista?, ¿qué valor se debe asignar a la creatividad y el riesgo que el patrón aporta a la empresa?, ¿es cierto que la posesión de los medios de producción es la clave de la explotación y el germen de la lucha de clases?, ¿es inevitable el conflicto entre capital y trabajo?
Lo cierto es que hubo un tiempo relativamente cercano (aunque distante, si se toman como referencia los ciclos de la economía contemporánea), en el que los países con mayores niveles de desarrollo demostraron que la acumulación de capital no está reñida con la calidad de vida de los trabajadores, que el estado de bienestar es posible, que las ganancias del inversor no riñen con las buenas expectativas de vida de las familias trabajadoras y que, bien orientados, los sistemas de producción pueden producir, simultáneamente, ganancias y reproducción del capital, y buenas condiciones de vida para los empleados, sin dejar de lado las contribuciones de todos a las necesidades de la comunidad y la calidad y cobertura de los servicios públicos, es decir, las aportaciones de todos a las necesidades comunes, por la vía de los impuestos.
Con ritmos más acelerados o más lentos, hoy e mundo es mucho rico que antaño. El producto bruto mundial pasó de 33 mil 300 billones de dólares en el año 2000 a 78 mil en 2014, creció 2.3 veces. Ahora se producen muchos más bienes y servicios, circulan mayores flujos monetarios, crecen la producción, el intercambio comercial internacional se ha convertido en la llave para la generación de nuevo conocimiento y nuevas tecnologías, así como para la transferencia de éstos, hay nuevos bienes intangibles de alto valore (los sistemas de comunicaciones, las estructuras de mercadotecnia y el valor de las marcas, el software, las redes comerciales, los índices de participación en redes sociales, por ejemplo).
Una perspectiva para el futuro se muestra genial: la posibilidad de usar una fuente masiva de energía inagotable y limpia parece a la vuelta de dos generaciones (la combustión de hidrógeno, cuyo resíduo es agua limpia) además del sol y el viento, las tecnologías genómicas que prometen una revolución en la salud preventiva y curativa y la producción masiva de alimentos sanos y nutritivos, la democratización del conocimiento y, por supuesto, el fin de las fronteras culturales y los obstáculos al desarrollo sustentable y equitativo, por no hablar de la influencia irreversible de la internet. En pocas palabras: el conocimiento científico sustituyendo a las convicciones y mejorando realmente la calidad de vida en el planeta.
Pero… además de esas emocionantes expectativas aparece una canija realidad paralela que se empeña en documentar el más agrio pesimismo: uno de cada nueve terrícolas (795 millones) no tiene para comer, 13% de la población de los países en desarrollo está desnutrida, 3.1 millones de niños en el mundo mueren cada año por desnutrición, 2 mil 200 millones de personas viven con apenas 3 dólares diarios sufriendo lo que el Banco Mundial llama “profundas carencias”, para muchos expertos vivimos ya en una “emergencia planetaria” por el deterioro ambiental, la sobre explotación de los recursos naturales, la acumulación de residuos, la pérdida del inventario forestal, el aumento de los gases tóxicos y la disminución de las fuentes de oxígeno marítimas y terrestres, las actividades de riesgo y alto impacto, la disminución de las reservas de agua apta para el consumo humano y, sobre todo, por la “contaminación sin fronteras”.
Marx pareciera reírse en la tumba: los ricos crecen desproporcionadamente su patrimonio: a fin de 2016, el 60% de la riqueza mundial estará en manos del 1% de la población, de 2009 a 2014 el capital de los muy ricos creció 48%, 80 individuos poseen la misma riqueza que 3,500 millones de personas. Evidentemente la desigualdad aumenta mucho: hay una clara tendencia a la baja del ingreso de la mayoría, a la “proletarización de las clases medias”, al achicamiento de la protección social (pensiones, servicio médico, vivienda, etcétera), en pocas palabras, al empobrecimiento de grandes segmentos de población.
Y no es todo: el famoso concepto de sociedad 4.0 nos conduce hacia las profecías escalofriantes de Orwell y Aldux Huxley: caminamos hacia el modelo económico descrito como “altamente conectado e informado, empresas punteras y referentes internacionales, mirada puesta más que nunca en el exterior y una gran competitividad”. ¿Qué significa esto?: automatización, reducción de mano de obra, abatimiento de costos, empresas transnacionales no contributivas, supeditación de la actividad productiva a las necesidades especulativas del capital financiero, debilitamiento de los gobiernos locales, menor respeto por los asuntos ambientales y las prácticas socialmente responsables.
Thomas Piketty lo explica con genialidad: esta tendencia pone en peligro las sociedades democráticas y los valores de justicia social. La razón es que el rendimiento del capital es más alto que el crecimiento de la producción y el salario, “el empresario tiende inevitablemente a transformarse en rentista y a dominar cada vez más a quienes sólo tienen su trabajo”. También dice que “una vez constituido, el capital se reproduce solo, más rápidamente de lo que crece la producción. El pasado devora al porvenir.”
Piketty dice que se debe alentar el crecimiento (y la inversión privada, sin duda), financiar la formación el desarrollo del conocimiento y las tecnologías no contaminantes y asegura que “la solución correcta es un impuesto progresivo anual sobre el capital; así sería posible evitar la interminable espiral de desigualdad y preservar las fuerzas de la competencia y los incentivos para que no deje de haber acumulaciones originarias”.
A fin de cuentas la teoría de Piketty protege a los ricos: les ofrece un mercado de gente que PUEDA comprarles y hacerles aún más ricos, les dice cómo no matar a la gallina de huevos de oro.
juanantonionemidib@icloud.com

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