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Kazuo Ishiguro, otro Nobel de literatura para las masas

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MADRID, ESPAÑA. (Redacción).- Si la Academia Sueca estaba buscando un puente entre Oriente y Occidente para el Nobel de literatura de este año, no podrían haber encontrado a alguien mejor que Kazuo Ishiguro. Nacido en Nagasaki sólo nueve años después de la bomba atómica, el escritor y guionista se mudó a Londres con su familia en el año 1960.

Él mismo tiene dificultades a la hora de considerarse japonés, pero sus dos primeras novelas, Pálida luz en las colinas (1982) y Un artista del mundo flotante (1986), destacan por su equilibrada combinación de personajes o estilos inherentemente nipones con una serie de temas —la pérdida, el artista como extensión de una masculinidad cuestionable, la hipocresía social, el narrador poco fiable, el mundo interior de la mujer sensible— que identificamos de inmediato como centrales para la novela inglesa del siglo XX. Ishiguro no podría ser más británico, pero su universo creativo no se puede entender sin la influencia oriental.

Su consagración llegó, por supuesto, gracias a Los restos del día (1989), ganadora del premio Man Booker y llevada al cine en 1993 por la Merchant Ivory. Esta obra maestra sobre la desesperación de un amor no correspondido y la persistencia de la memoria (siempre latente bajo toda fachada de olvido digno) ligaba los remordimientos internos de su protagonista con la muerte de todo un sistema de clases a lo largo de treinta años de historia británica. Quizá por eso, su siguiente novela, Los inconsolables (1995) se concentra en un periodo de tres días.

Extraña y alucinatoria, sigue siendo la obra más desafiante de un autor que, en los últimos años, se hizo tremendamente popular gracias a sus relatos breves —recogidos en la melómana y sensorial Nocturnos: Cinco historias de música y noche (2009)— y, sobre todo, a Nunca me abandones (2005), arma secreta de todo profesor o profesora de secundaria con un mínimo de astucia que, además, abrió la puerta de la ciencia-ficción y la fantasía dentro de su obra. En ese sentido, El gigante enterrado (2015), último trabajo publicado, se erige también como un triunfal testimonio de su imaginación, aún funcionando a pleno rendimiento.

Es evidente que la Academia ha querido seguir apostando por autores consagrados, adaptados y más aceptados por las masas que eternos aspirantes como Ngũgĩ wa Thiong’o, Ko Un o Péter Nadas. También es evidente que sus ganas de trollear a Haruki Murakami van a entrar ya de lleno en las leyendas literarias del siglo XXI, así como que la posición de este autor en concreto sobre el asunto del Brexit, absolutamente firme, puede ser interpretada como un mensaje político.

Como Dylan, Ishiguro es un autor que significa muchísimo para muchísima gente en todo el mundo, pero también alguien a descubrir por tantas y tantas personas que llevan años oyendo hablar de él. Es la línea que el Nobel de literatura ha escogido de unos años a esta parte, luego ya deberíamos estar acostumbrados.

Fuente: GQ España

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