ColumnistasLic. Juan Antonio Nemi Dib

DE PROFUNDAS DISQUISICIONES

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Cosas Pequeñas

(Ex profundo disquisitions sobre Barbies, disfraces y Leticia Tarragó *)

Juan Antonio Nemi Dib

Buenas tardes. Se preguntarán ustedes –con razón– por qué, haciendo este calor, vengo “enfundado” en un saco de pana. Oportunamente explicaré.

El de hoy ha sido un día relativamente breve: las lecturas de madrugada equivalentes al maitines del insomne; después lo que ahora llaman carrusel de entrevistas radiofónicas, ocho en total, a partir de las 7:15 de la mañana; un tiempo prudentísimo para bañar y vestir esta humanidad frondosa, para alimentarla –¡líbrenos Dios del flagelo del ayuno!–; para sustraer apetecidos papeles impresos, unos cuántos, nomás, del cajero automático; para dar una conferencia de prensa sobre la agenda con ese pequeño despacho informático llamado “Microsoft” que se ha comprometido a apoyarnos en la lucha contra el acoso en las redes sociales; para firmar –al filo del medio día– un ambicioso convenio de colaboración con el Colegio de Veracruz, pensando en políticas públicas de largo plazo para los adultos mayores; para una cita de café con persona del Distrito Federal que desea adoptar bebé y necesita información detallada sobre los nuevos procesos; para llegar a la oficina donde esperan cuatro o cinco personas con cita y un tanto igual, sin ella, que hacen valer su constitucionalísimo derecho de audiencia.

Y me dispara mi asistente: “Anoche le llegó una carta, tenga”. Y respondo. “Imposible. Tengo acuerdo con la Presidenta en Casa Veracruz a las tres, y voy a atender a la gente, la leo mañana, con el resto de la correspondencia”. Ella revira: “Tiene que verla. Es de su amiga Leticia Tarragó”. Volteo a verla con ojos de fuego mientras ella agrega impasible: “La maestra le pide que presente su exposición en la Pinacoteca”. “Lo hago con gusto, ya lo sabes –asiento–, ¿cuándo es?”. “Hoy en la tarde”, abofetea.

Entonces creo recordar que Jorge Duarte me lo había advertido, que Lety me invitaría. Aunque la verdad, los asuntos relativos al encuentro internacional de los cuidados paliativos, el día mundial de la salud mental, las madrinas –las obstétricas y las otras, las que se reciben con fruición en este oficio mío–, las despensas, los “bricks” de leche, las mentadas adopciones, las prótesis, los molcajetazos y muchas cosas más se habían encargado con eficiencia de que me olvidara del aviso. ¡Qué Gingko Biloba ni qué las hilachas, no sirve para un caramba, al menos no a mí!

Volteo al reloj. “En la madre –nomás pensé, no lo dije– son las dos quince, ¿y ahora qué hago?, ¿qué digo? Una cosa está clara: a Tarragó no me le puedo rajar, independientemente de que se trata de una gran distinción que me haya escogido, teniendo ella tantos cuates que sí saben”. Y ya no les platico del truco que, inteligente, utilizó Lety para cooptarme: además del cheque, claro, las cosas cariñosas que me escribió y que me valen tanto o más que el mejor de sus óleos. Es asunto de correspondencia, de gratitud, de reciprocidad, pues… Por eso estoy aquí. Y me temo que por eso, sólo por eso, ustedes se amuelan –trataré que sólo un poco– con estas malas décimas sin métrica.

Hay personas de todas las edades que gustan de coleccionar muñecas Barbie: Barbie Playera, Barbie Exploradora, Barbie Doctora, Barbie Cantante, Barbie con Ken, Barbie sin Ken. Son un factor de identidad que debe respetarse, así sean secuela patológica de la mercadotecnia salvaje. La verdad es que yo colecciono –y me pongo– disfraces: Rotoplás Cocinero, Rotoplás Policía (o “Comandante Roto”) y Rotoplás Intelectual, que por cierto es el que menos uso, pero que hoy traigo puesto; es lo menos que podía hacer para estar en sincronía con la apertura de una gran exposición, en un gran sitio, de las obras de una gran artista. Por eso me ven aquí con saco de pana y tapas en los bolsillos.

Pienso que en poco se puede engañar a los Xalapeños, menos aún en los derroteros de Leticia Tarragó, de la que se sabe casi todo. ¿Tirar un choro sobre su “escuela pictórica”? Ni siquiera me lo van a creer. ¿Hablar de sus cualidades de ceramista? ¿Decir que impuso una impronta, que posee un estilo irreductible e indeleble? ¡Qué novedad!

¿No saben ustedes que es una excepcional cocinera?, ¿conocen su taller como quirófano?, ¿tienen dificultades para identificar alguno de los querubines o los peces que menudean en su obra?, ¿alguno desconoce que ha hecho cientos de exposiciones individuales y colectivas?, ¿les gustan sus frutas?, ¿han visto la finura de sus aguafuertes retocadas?, ¿acaso no saben que pinta, graba, y como ya anticipé, también hornea –estofados, lozas y porcelanas–?, ¿me discutirían que su juego cromático alcanza todas las posibilidades, que es reivindicatorio de la figura femenina, que su obra ha sido publicada en decenas de revistas especializadas y de divulgación?

¿Se atrevería alguno de los presentes a decir que Leticia Tarragó no es buena madre, no es buena amiga?, ¿quién pone en duda que su nombre, el de Lety, está muy en lo alto de la plástica veracruzana y de México?, ¿alguien niega que Leticia Tarragó posee una virtud que no necesariamente abunda en sus colegas: la capacidad de crear emociones concretas, específicas, y hacer de sus obras objetos de deseo?

“Ya tengo un Tarragó”, me dije hace 21 años; no imaginaba que la emoción sería la misma dos décadas después, aunque no el precio, por supuesto. Leticia Tarragó no necesita más presentación, es grande. Y no seré yo quien arruine su tarde.

Muchas gracias por permitirme el privilegio de comentar en su inicio esta exposición estupenda “Insinuación de la Mirada” que, por cierto, incluye una pequeña pero maravillosa colección de piezas con la que Tarragó se estrena como excepcional escultora.

Son ustedes a quienes pido, con humildad sentida y sincera, tolerancia para este irresponsable ejercicio de repentismo que, como está visto, no se acerca ni poco a la gran muestra que la Pinacoteca Diego Rivera nos regala a partir de hoy.

Termino con un agregado y una confesión: olvidé decir que esta mañana, con mucha ingenuidad y un poco de esperanza, también fui a la peluquería. La otra cosa es que, la neta, el saco de pana es de los pocos que me cierran, por eso me lo puse.

(*) Texto casi improvisado, mal escrito y peor leído, a propósito de la inauguración de la Exposición de Pintura y Escultura de Leticia Tarragó en la Pinacoteca Diego Rivera el pasado 11 de octubre. La muestra, de unas 70 piezas, estará abierta hasta principios de diciembre. Es gratis y vale mucho, mucho, la pena.

antonionemi@gmail.com

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